"Tránsito", inicialmente alojada en www.geocities.com/revistatransito, fue publicada en el año 2000. Las labores cotidianas y falta de tiempo, hicieron que el proyecto se detuviese. Sin embargo, debido a la alta acogida que la revista tuvo a nivel internacional se decidió reflotar el sitio web, dándole un matiz más dinámico. Si deseas participar haz clic aquí.

Friday, April 01, 2005

[CUENTOS] MUJER FATAL

Por Shirko Gil (Pontevedra/ESPAÑA)

La vi postrada en su tarima, sin fuerzas para atreverse a subir a ella, mirando a lo alto pero, apoyada en fin, en el deseo de un día poder llegar a subir ella sola, sin necesidad, sin ayuda. Miraba con orgullo hacia tal tarima, mientras un proyector proyectaba hacia una blanca pared. Pero estaba ella, ahí desafiante, impidiéndole el paso a la mismísima luz, postrada en una tarima sin necesidad de estar en ella, la cumbre era demasiado fría para su sangre caliente y allí el aire de sus pulmones viciados se helaría y enclaustraría su corazón.

La miré y me reí hacia ella, joven solitaria acompañada de su fiel escudera, las dos armadas de adornos coloridos hasta las orejas, en contraste con el negro de sus ropas. Las dos hablando, preguntándose acaso ¿y quién es ese?. Mirada fría, fuerte, penetrante me atropellaba sobre un suelo lleno de pisadas, y no podía dejar de mirarla, allí, pasmando ante mí y preguntando con el gesto que es lo que yo hacía. Desafiante la mirada, ¿qué es lo que pretendía?
Se acercó a mi amiga y mi amiga y me dijo, decir se queda corto, clavando sus ojos en los míos su tono sonó a aviso: -¿Qué coño os pasa?, ¿qué queréis?, ¿bronca? ¿Os parezco graciosa?, ¿tengo monos en la cara?... No, pensé, mono de amor como mucho, tus ojos desquiciados no denotan mono de ningún otro tipo que no hayas solucionado ya. Querer, querer, en un saco roto todo se puede llegar perder. Introduciendo tu querer demasiado fuerte presionaste el saco hasta que se rompió, perdiste el conocimiento de la realidad y te estampaste con tus pertenencias contra el suelo mojado de una arrugada tarima en un viejo pub.

Increpó a mi amiga, increpó mis intenciones, increpó su vida en un rincón sin más esperanzas que esperar, huída de lo inevitable, irreprochable resentimiento, ¿dónde estaba tu feliz sonrisa en una noche de alcohol?, ¿por qué un día de jolgorio se trastoca cada sábado en una excusa para armar bronca?
-Con mi gente no se mete nadie, porque voy a llamar a los míos y conozco mucha gente, vais a tener problemas, tú y tu novio... Pero como le dices eso a mi amiga, no soy su novio, por supuesto sí su amigo, pero es que aunque fuera algo más que eso el arrebato de tus impulsos me empujaría hasta ti y ya nunca más su amigo podría llegar a ser, y ¿qué hacer?

Seguía defendiendo lo suyo y a los suyos hasta la saciedad, pero yo, mudo, no podía decir nada, y aunque lo dijera sus oídos sordos en la noche no podían ser sensibles ya a la grave voz de un compañero de intrigas. Lo suyo se perdía en el horizonte de aquel bar, dictando nombres que no podía recordar, recortando trozos de su vida pegados ahora a la portería de un pub de ambiente, capaces de recibir título de suyos, defenderla hasta el final sería su quehacer por lo que ella decía y sentía, ilusa ilusión ilusionante. Todo su odio golpeaba con fuerza ante nosotros, su boca y saliva eran un maremoto que chocaba contra la costa a costa de las pocas fuerzas que le pudieran quedar.

Hablaba, habla y no podrá parar. Segundo tras otro trataba de demostrar que la vida no le había puesto las cosas fáciles y aún así había sobrevivido. Sus ojos eran confusos e inconfundibles, sin color en la oscuridad de aquel local, no pudiendo imaginarme y menos ver, mucho menos ver, el color de aquella fiera dispuesta a todo con tal de demostrar su valía.

Pero nena, ¡que valía pretendes demostrar cuando la simple plasmación de tu imagen en mi retina ya había valido más que toda aquella noche junta! ¿Quieres mostrarme el monstruo que no eres pretendiendo ocultar la niña que llevas dentro? Quieres ser mujer para seducir , quieres ser bestia para imponer, quieres ser mala para no volver a perder. Pero la tomas con mi amiga siendo yo el culpable.
Después de un rato sin poder contener las lavas de aquel volcán penetrando por mis oídos y solidificándose en mi mente, la paré y le dije lo que sentí y no:
-Perdona, no queríamos que te pusieras así, no era mi objetivo hacerte daño. Negaba esto último con razón, pero dudaba lo primero con resignación.
Se puso así , se puso irascible, se puso eléctrica, se puso firme y yo quedé impresionado. Los naufragios de la vida no la habían solapado, agarrada a su sola fuerza salía a flote, una vez más su valía, enfrentándose a lo Don Quijote contra los molinos que le molestaban en su tierra, local oscuro de antiguas sonatas.

Al final paró, hizo fiel eso de que después de la tempestad la calma siempre llega, y sin querer escucharme dio la vuelta y abandonó, prosiguió su camino y con su gesto seguro y firme nos mostró que ella seguiría siendo la dueña de sí misma, y que los pardillos como nosotros no nos íbamos a reír de ella.
Detrás de ella pisé, y pude notar que no sólo detrás de los grandes conquistadores no crece la hierba , sino que detrás de ella dudo mucho que pudiera crecer otra cosa que no fuera su olor embriagador a alcohol y tabaco. Frenó en su tarima, se giró y se apoyó de nuevo en el trono y hablando por su móvil me encontró a mi, sucia molestia.

Su escudera pronto entró al trapo y me frenó, ¿qué quieres?, pues. Sólo decir gracias, gracias por mostrarme la fuerza con que afrontarlo. Gracias por mostrarme que detrás de aquella aparente débil figura se encontraba toda una guerrera que no pararía ante nadie ni nada.

Mi sonrisa fue razón de su enfado, mi incierta falsa felicidad motivo de sus iras y con su rabia desgarradora me había venido a amenazar, avisándome de que como siguiera así ella me haría acabar mal. Me daba con sus amenazas fuerza, empujaba su furia a mi indiferencia y rompía los esquemas, moldes de una resbaladiza felicidad, ira de la vida que me daba por lo menos un motivo por el que salir adelante. Y no había ella pasada, sólo ella.

Seguimos diez minutos más en el local, después de firmar la amnistía, pero sus ojos seguían sobre mi, y un monte de humareda y caretos cansados no eran freno para su pensamiento. Mirándola una vez más vi el color incoloro de sus ojos, marchando acaloradamente de la gravedad de su atracción, firme ella, mi enemiga o mi bastión.
Resbala el alcohol en los cristales de las barra, las risas se confunden con el llanto y una noche más se repiten rituales de apareamiento en los que el impulso de la mente deja paso al desbarajuste hormonal y se pierden en la saliva de cualquier extraño.

Pisaba con fuerza y miraba a mi alrededor. El suelo pegajoso me impedía levantar con soltura mis zapatos y me quedaba preso en su fango mientras sentía que la felina mirada apuntaba a mi espalda. A cada paso que daba más me costaba despegarme de ella, a cada movimiento mi mirada perdía fuerza, el ruido se desvanecía y la nada se habría camino entre las gentes.
Empujones forzados y no fingidos, pequeños cortos temporales para que el vividor de turno te dejara pasar sin que saltaran en él también las iras. Paso a paso, la puerta, la entrada o el final de la travesía con la mujer herida.